Para siempre


El se acostó a su lado y le dijo: "No tengas miedo, siempre estaré contigo". Ambos cerraron los ojos y se dejaron ir.

No habia otra mujer para él. Se conocieron cuando apenas tenían veinte años. Desde entonces habían sido como una hoja, donde uno era el haz y el otro el envés.
Siempre inseparables.
Transitaron por la vida de forma tranquila, apoyándose el uno en el otro. Nunca necesitaron nada más para ser felices.
Lento, como la caída de una pluma, fue pasando el tiempo y sin darse cuenta se hicieron mayores.
Tuvieron la suerte de gozar de buena salud, planearon y consiguieron alcanzar una vejez sin agobios económicos.
Pero la vida, que a otros doblega y  escarnece durante  su paso por ella, no les podía dejar sin su cuota de sufrimiento.
Cuando de repente un día ella se sintió mal, los dos cogidos de la mano se presentaron en la sala de urgencias del hospital. Tras examinarla, la mirada esquiva del médico no presagiaba nada bueno. Y él no se equivocó.
Al instante visionó en su cabeza el proceso degenerativo al que ella se iba a enfrentar.
El doctor le preparó la receta con el tratamiento.
Les dijo que no se preocuparan, que a su edad el desarrollo de la enfermedad era mucho más lento que en las personas jóvenes. Que viviesen tranquilos, sin olvidar los medicamentos ni las revisiones Para despedirlos, les aconsejó que buscase una buena residencia, que les haría la vida más cómoda. 

De camino a casa pasaron por la farmacia y compraron la medicación.
Luego tomaron un café en la merienda y se cogieron de la mano. No hizo falta ni una sola palabra.
Esa noche no cenaron. Él prepararó la medicación para la noche y se la tomaron.
El se acostó a su lado y le dijo: "No tengas miedo, siempre estaré contigo" y ambos cerraron los ojos y se dejaron ir.

Sobre la mesa de una cocina perfectamente ordenada, dos cajas de tranquilizantes vacías.

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